La maternidad es quizás el máximo compromiso vital que asumen las mujeres ante el mundo y consigo mismas, porque significa prolongar la vida, dedicar su existencia a un ser que llega a este mundo desnudo, desprotegido de abrigo y necesitado de todo.
Ese compromiso que comienza desde la concepción, se prolonga durante nueve meses en que “desaparece” la cintura y aparecen inquietudes, antojos y temores, será para siempre.
“Si la viese usted mirándose feliz al espejo/ palpándose el perfil y trenzando mil/ nombres en dos sexos” dice una vieja canción de Joan Manuel Serrat que traza un retrato ideal de esa espera luminosa.
Pero la maternidad es algo más que esa pintura idealizada que describen los poetas, es sufrimiento al dar a luz, es sufrimiento al ver a los hijos crecer, al verlos cometer errores, es preocupación para que aprendan a vivir, para proveerles de lo necesario para que subsistan más o menos dignamente.
También es acompañarlos en sus primeros pasos, en sus primeros años de escuela, es compartir como propios los pequeños triunfos que jalonan su cotidianidad hasta que un día estén listos para dejar el nido y lanzarse a construir su propio mundo.
La maternidad es también un aprendizaje compartido, un crecer juntos a medida que ese ser que vino al mundo tan desvalido comienza a ganar tamaño, a formular preguntas, a necesitar el apuntalamiento imprescindible para que pueda crecer físicamente saludable y moralmente sano, es cuidar que los valores que se siembran en su espíritu fructifiquen en conductas apropiadas.
También es el desvelo cuando en la adolescencia se abren abismos que parecen agrandar las distancias, cuando se necesita toda la buena voluntad y al mismo tiempo la firmeza de carácter para marcar el rumbo correcto.
Es la preocupación nocturna ante las primeras salidas, cuando el infante que antes dormía en su cama ya se siente capaz de aventurarse en las calles por la noche, es la tranquilidad que se siente cuando por fin han regresado sanos y salvos de esas incursiones.
Solo las madres pueden sentir, incluso aunque no lleguen a explicarlo, ese pacto con la vida que asumieron desde su condición de mujer y que las convierte en custodias de la supervivencia humana.
Celebremos a las madres este día, a las que están y a las que ya han partido, y démosles como regalo momentos inolvidables, ahora y siempre.
Me permito reproducir el editorial del periódico El Caribe correspondiente al sábado 25 de mayo
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