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Un niño en la calle

 

Una de estas noches me dirigía a mi casa, poco más de las once de la noche, cuando vi un niño de 12 o 13 años, desnudo de la cintura hacia arriba, con un pantalón roto por todas partes, no por moda, sino por la pobreza, y con unos tenis que nunca le pertenecieron, en la esquina Winston Churchill y 27 de Febrero, de la capital, pidiendo “algo para comer” sin que nadie, por miedo, bajara el cristal.

Recordé aquel cartel que vi en La Habana, capital cubana, hace muchos años que rezaba: “Hay más de 200 millones de niños en las calles del mundo. Ninguno es cubano”. En todos los viajes que hice a la isla de Martí y Fidel no encontré ninguno deambulando por las calles, un contraste con lo que sucede en la mayoría de los países latinoamericanos y del planeta.

En la República Dominicana alrededor de 450 mil niños y niñas trabajan, sobreexplotados, lo cual es una vergüenza, porque, como dice la canción, “A esta hora exactamente hay un niño en la calle”, “no puede el mundo andar con los pies descalzos”.

Aquel niño, semidesnudo, casi adolescente, indefenso, pidiendo al ritmo de la medianoche en una intercepción tan peligrosa como la Churchill con 27, sin nombre ni apellido, probablemente sin padres o proveniente de una familia disfuncional, no tendrá más opción que la delincuencia, el crimen y la muerte temprana a manos de la Policía que lo fichará antes de cumplir los 15 años.

Ese niño, como muchos otros, es un desecho social igual que sus padres. Es seguro que no sabe leer ni escribir. Su vida es un juego con la muerte. Pronto comenzará a robar para suplir sus necesidades para sobrevivir. No tendrá ningún amor por la vida. Matará sin rubor. En su corazón habrá odio, rencor y sed de venganza.

Los que les roban el presente y el futuro a los 450 mil niños y niñas del país no correrán su suerte. Las cárceles, ni la muerte en “intercambios de disparos” con la Policía, no están hechas para los corruptos. Las leyes, los abogados, los jueces y fiscales están para garantizar que no les pique ni un mosquito.

Aquel niño de la Churchill con 27, cerca de las 12 de la noche, triste, solo y abandonado, pidiendo “algo para comer” en los cambios de las luces de los semáforos, ante la indiferencia de todos, más por temor que por falta de solidaridad, me destrozó el corazón. Recordé que en Brasil, Colombia y otros países de la región grupos paramilitares salían, no hace mucho, a cazar niños y niñas todas las noches, matando entre ocho y diez todos los días.

Las esquinas de las ciudades del país son verdaderos mercados donde vemos niños y niñas como pordioseros sin que a nadie le preocupe. Más de 400 mil niños y niñas sobreexplotados, física, moral y sexualmente, sin protección alguna, es una cifra muy alta para 10 millones de habitantes.

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