Los canones de la libertad de expresión han cambiado.
Por lo común, los medios tradicionales jugaron un rol estelar en ese sentido.
Ante el surgimiento de las redes sociales el silenciar las voces se hace más difícil, pues el simple teclado (digital) de un teléfono permite que lo que se piensa se diga.
Claro, ésto no puede entrar en el ámbito de la difamación o la injuria. De pasar esa línea de flagela una norma jurídica.
Sin embargo, de no entrarse en esa violación de la ley, se puede decir lo que se piensa.
Dicho eso, cabe decir que entramos en un aspecto filosófico: la libertad del hombre. El hombre es libre en la medida que dice lo que piensa.
No poder decir lo que pensamos impide ser libres en la totalidad.
En el fondo es un asunto de evolución y en la medida que los medios vayan evolucionando hacia lo digital y la libertad, entonces reprimir la expresión se hace más y más difícil.
Actualmente es casi imposible silenciar las voces disidentes, fruto de que siempre hay mecanismos para decir lo que pensamos.
Pero eso que pensamos beneficia o afecta a alguien. Ese alguien puede ser un ciudadano con o sin poder. El poder es la capacidad de hacer que los demás hagan lo que deseamos aún en contra de su voluntad. Si no es posible hacer que los demás hagan lo que nosotros queremos entonces no tenemos poder.
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