Todo el que quiera engañarse está en libertad de hacerlo. A fin de cuentas, esa es una de las ventajas de la democracia que todavía no nos han robado, aunque en honor a la verdad no nos han dejado muchas.
Endosando la interpretación constitucional del jurista Julio Cury sobre una nueva candidatura del tres veces presidente Leonel Fernández, rememoro la vergonzosa carta suscrita por 26 de los 32 miembros del Senado anticipándole al presidente el pleno respaldo a su eventual postulación para un cuarto mandato en el 2012 lo cual le estaba prohibido por la Constitución.
Lo deplorable de ese acto de sumisión, al mejor estilo trujillista, proviene no solo de los conceptos sobre los cuales los senadores sustentaban su adhesión a una nueva reelección, sino al hecho de que esos mismos legisladores hicieron posible con sus firmas un texto constitucional que prohibía tajantemente lo que después, ignorando su compromiso con la nación y el juramento de ser fieles a la Carta Magna, se ufanaban de promover.
El país vive momentos muy difíciles con un acelerado desmonte de los escasos valores institucionales alcanzados a lo largo de décadas de reformas y crecimiento económico.
El argumento de que por tratarse de un hombre inteligente, el expresidente Fernández no cometería el error de intentar perpetuarse si volviera a ganar la presidencia, se cae ante el hecho de que otros más inteligentes que él y con más sentido de la historia, Balaguer por ejemplo, no se cansaron de hacerlo.
Si se analiza lo sucedido en los procesos electorales, en el que obtuvo el cargo y luego la reelección y en el que ganó entonces la mayoría absoluta del Congreso, se verá la orquestación de un plan cuidadosamente llevado entonces para hacerse con todos los poderes.
Y nadie acumula tanto poder para después abandonarlo.
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