Por Eddy Paulino
En la vida cotidiana, hay algo que todos los seres humanos compartimos, sin importar nuestra cultura, ideología o posición social: el hecho de vivir en sociedad. La sociedad está compuesta por un conjunto de individuos que, mediante acuerdos y normas, establecen un marco de convivencia para su bienestar común. Sin embargo, muchas personas desconocen el concepto que fundamenta esta convivencia: el contrato social.
«El contrato social» es una de las obras más importantes del filósofo suizo-francés Jean-Jacques Rousseau, publicada en 1762. En ella, Rousseau explora la idea de cómo se puede lograr un gobierno legítimo y justo a partir de un contrato entre los individuos y la sociedad.
El contrato social es una figura abstracta con obligaciones y resultados tangibles. Aunque no lo vemos físicamente, sus implicaciones afectan significativamente nuestras vidas diarias, determinando nuestras interacciones y convivencia social. Aceptamos implícitamente sus reglas, y su cumplimiento es fundamental para la paz y la armonía entre los individuos. El contrato social, aunque tácito, es vinculante para todos, y tiene como objetivo crear un espacio de bienestar y equidad para todos sus miembros.
Rousseau argumenta que la soberanía reside en el pueblo y que las leyes deben reflejar la voluntad general, que representa los intereses comunes de la sociedad, en lugar de los intereses particulares de un grupo o individuo. La voluntad general no es simplemente la suma de las voluntades individuales, sino un consenso común que busca el bien colectivo.
Rousseau también critica las desigualdades sociales y económicas que surgen en las sociedades modernas. En su opinión, la civilización ha corrompido la bondad natural del ser humano y ha creado una estructura social injusta basada en la propiedad privada y la opresión.
La obra de Rousseau influyó profundamente en la Revolución Francesa y en la evolución del pensamiento político moderno. El concepto de «voluntad general» y la idea de que la soberanía reside en el pueblo fueron clave para muchos movimientos democráticos posteriores.
El problema central radica en el desconocimiento que muchos tienen sobre este contrato implícito. Hay quienes viven dentro de la sociedad sin entender completamente las implicaciones de estar sujetos a las reglas generales. Por otro lado, hay quienes, a pesar de conocer su existencia y su validez, prefieren ignorarlo. La falta de conciencia sobre la existencia de este contrato puede llevar a la desobediencia de las normas, lo que genera una convivencia más difícil y menos armoniosa.
Con regular frecuencia, en la actualidad, la autarquía se confunde con la libertad total. Muchas personas consideran que las reglas de convivencia social son opcionales o que no les afectan. Pero, sin las normas que rigen nuestra conducta y la convivencia colectiva, la sociedad simplemente no existiría. Las libertades individuales deben equilibrarse con el respeto por los derechos de los demás. El desconocimiento de este principio puede acarrear conflictos, desorden e incluso caos. Esta falta de compromiso, genera caos y contradice los principios básicos que guían la estructura social: el respeto por los demás, la equidad, y el bienestar común.
Es en este contexto que resalta el pensamiento icónico de Benito Juárez, pues destaca la importancia de respetar los derechos ajenos como base para una convivencia armoniosa.
Rousseau mismo argumentaba que, si bien la sociedad puede tener imperfecciones, es preferible vivir bajo un sistema de leyes que en el caos de la libertad sin restricciones.
¿Estamos, como sociedad, dispuestos a honrar el contrato social o seguiremos ignorándolo y eludiendo nuestras responsabilidades? La respuesta es vital para la paz y el desarrollo de nuestra comunidad.
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