La Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), institución federal responsable de ejecutar asistencia económica y humanitaria que Estados Unidos provee en todo el mundo, ha sido cerrada temporalmente por la administración del presidente Donald Trump, con lo cual sus programas quedaron congelados de manera indefinida.
El secretario de Estado, Marco Rubio, director interino de esa agencia, dijo que la ayuda estadounidense al exterior debe asegurar que haga a Estados Unidos más seguro, fuerte y próspero, lo que se supone es así porque los recursos de la USAID han procurado siempre afianzar la dominación política, económica y cultural de Washington.
Como lo advierte el columnista Boris Muñoz, del diario El País, el cierre de la USAID forma parte de una embestida de Trump y su equipo de privatizar el gobierno, para lo cual también procuran cerrar las agencias de Protección Ambiental (EPA) y la de Manejos de Desastres (FEMA), cuyas funciones serán subcontratadas.
Los programas de la agencia, cerrada por recomendación del magnate Elon Musk, abarcan la promoción del medio ambiente, derechos humanos, educación y lucha contra la corrupción, pero en esencia procuran fortalecer o debilitar gobiernos según sean afines o desafectos a Washington. Marcha Verde no hubiera sido lo que fue sin el respaldo de la USAID.
Medios de comunicación alternativos y periodistas en Estados Unidos y a nivel internacional han puesto el grito al cielo por el cese de los subsidios que recibían de esa agencia estadounidense, en programas destinados a promover la libertad de expresión, aunque el fin último sería el de represar ideologías liberales o de izquierda.
El término “sociedad civil” figura repetidamente en los libros de contabilidad de esa aguijoneada agencia federal que sustentaba programas de diferentes “oenegé” que reciben millones de dólares para apuntalar la democracia, el medio ambiente y la diversidad de género, o al menos eso se escribe en los cheques.
Lo más complicado encontrado en el vientre de la USAID ha sido el financiamiento a la prensa y a periodistas en diversos países, algunos gobernados por regímenes de fuerzas, cuestión que usa ahora la administración republicana para abochornar a medios y profesionales de la comunicación que recibían dinero de esa agencia.
Ojalá que la USAID sobreviva al huracán Trump, con todos sus programas auditados y sin que se convierta en un instrumento para adocenar a la prensa ni alquilar periodistas para desestabilizar gobiernos, sino para coadyuvar con los esfuerzos por erradicar la pobreza y la marginalidad.
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