Esta Nochebuena tiene que tener el tamaño, la medida que le dé cada cual a tono con sus posibilidades y sus creencias.
Aunque el deseo es que, si hay apego a la tradición cristiana, prime la sencillez porque se trata del advenimiento del niño Dios, y éste llegó al mundo sin ostentación, en un pesebre, símbolo y mensaje de la humildad.
Anteriores Nochebuena fueron especiales; no se parecieron a ninguna otra por los efectos de la pandemia de la Covid-19 y su terrible impacto en múltiples aspectos de nuestro diario vivir.
Es cierto que esta vez la familia dominicana tendrá más libertades para alegrarse, aunque habrá hogares con sillas vacías porque no estarán los que se fueron, aquellos a los que la vida condujo por otro camino y los que se llevó la muerte.
Habrá también otras sillas vacías, pero por otra realidad, por una costumbre perniciosa que gana espacio. Se trata de los asientos ocupados por personas ausentes, sentadas pero con los ojos puestos en la pantalla del celular y que deslizan el dedo, como dijo una vez una terapeuta, “en una búsqueda constante de algo que está lejos, ignorando a quienes están cerca”.
La Nochebuena implica una actitud de diálogo interior y de predisposición hacia los otros, los que nos acompañan a diario y los que, después de mucho tiempo y seguramente con esfuerzo, han resuelto hacerse presentes para compartir la alegría del reencuentro.
Es también el momento de un balance personal y espiritual, cualquiera sea la idea que tengamos de Dios y en lugar de detenernos en las culpas preocuparnos por mejorar lo que se pueda cambiar a lo largo del año que se avecina. Acaso sea la mejor manera de construir entre todos una noche de paz.
Con la reiteración del deseo de que esta Nochebuena tenga la medida que cada cual le dé, porque las personas son felices como deciden serlo, sentenció alguna vez Abraham Lincoln, solo nos resta llamar a la prudencia, a festejar en armonía y, definitivamente, ser todo lo felices que sea posible, esta Nochebuena y todos los días.
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