De Prensa Latina
México.- Aunque esperada, la muerte de Vicente Fernández tras cuatro meses retándola, estremece a los 127 millones de mexicanos porque, más que una voz, desaparece un ícono de la ranchera, símbolo de mexicanidad más que género musical.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, su canciller, Marcelo Ebrard, políticos de todos los partidos, intelectuales de todos los sectores, médicos y enfermeras, venduteros, barrenderos de calles, niños que apenas lo conocían, ancianos que rejuvenecían con sus canciones, les dan a sus familiares sus pésames y lágrimas.
El Palacio de Bellas Artes será el escenario final de su contacto con el pueblo que lo ama y venera, allí renacerán sus rancheras, las letras icónicas de los más grandes compositores que han puesto a México en el pináculo del pentagrama mundial y la cultura universal. Allí, más que velar sus restos, lo venerarán.
Ahora su cuerpo reposa en la funeraria Casa Gayosso, en Guadalajara, Jalisco, donde es imposible detener la multitud que desea darle el último adiós.
Sus canciones son entonadas por cientos de personas en las que Vover, volver, del malogrado Fernando Z. Maldonado, es la más entonada como si fuese un reclamo a la muerte que se lo llevó o un compromiso para decirle que no se ha ido para siempre, sino que es una simple despedida y volverá.
Allí, entre esa multitud, estaba el hijo del presidente López Obrador, José Ramón, para recordar las veces en las que vio a Vicente Fernández cantando y constatar que mientras más le aplaudían, más cantaba, y rendirle honores en nombre de su padre.
Los líderes parlamentarios del partido oficialista Morena, sus aliados y los opositores, por vez primera borraron diferencias, no hablaron de política ni expresaron sus rencores, para lamentar juntos una muerte significativa, pues temen que con Vicente sea enterrado un género que la modernidad desmorona, y es símbolo máximo de la mexicanidad desde mucho antes del grito de Independencia de Miguel Hidalgo.
Todos quieren hablar, decir algo, expresar su amor al «Charro de Huentitán», única leyenda que sobrevivía a los avatares de una cultura genuina que, aun con vestigios españoles, borró de qué manera todo lo que pareciera extranjerismo e hiciera que sus hombres dicharacheros, de sombrerotes y trajes de lujo, pistola al cinto, a pie o en briosos caballos como las huestes de Francisco Villa y Emiliano Zapata, identificaran a México sin la más mínima duda, fueran del sur chaparro o del norte tapatío.
Se fue un grande de la cultura mexicana, el pueblo se resigna, pero no se consuela. Viva México, repiten en Jalisco donde nadie se raja, y ese dolor se respeta mucho porque todos saben qué quieren expresar con ello.